Discurso dado en el Festival Internacional de la Poesía de Resistencia
POR LA PAZ Y EN CONTRA DE LA OTAN EN LATINOAMERICA
María Páez Victor
Toronto, June 27, 2013
“La guerra es el crímen
estúpido por excelencia,
el único que no puede
alcanzar
el perdón de Dios ni de
los hombres.
La guerra está contra
la cultura,
Pues destruye todos los
valores espirituales.
Señor! La guerra es
mala y bárbara; la guerra
Odiada por las madres,
las almas entigrece;
Mientras la guerra
pasa, quién sembrará la tierra?
Quién sembrará la
espiga que junto amarillece?
Antonio Machado
Mucho me han honrado al pedirme que inicie este Festival Internacional de la Poesía de
Resistencia. La palabra es un arma sin igual, las ideas no se pueden matar con
bombas. Y en estos tiempos de tanto peligro para nuestras democracias, nuestro
socialismo, Nuestra América, no podemos callar. Tenemos que hablar, declamar,
cantar, sin cesar para construir el mundo de la paz.
Vivimos en tiempos de cinismo. Y no es para menos. Los
líderes de mayor poder en el mundo han demostrado ser expertos en la mentira y
en la hipocrecía. Lo que llaman en inglés el “ spin”, o sea la justificación pública
para cualquier política, incluso actos
de agresión, es sencillamente tomado directamente de las agencias de
publicidad, donde se puede decir cualquier cosa, con tal de que se venda el
producto.
Quizas este cinismo también lo conocieron otras civilizaciones
anteriores porque bien lo dijo el romano Agrícola , “Crean desolación y lo llaman paz”,
y es asi como “vendieron” las
guerras en Serbia, Yugoslavia, Bosnia, Afganistán,
Iraq, Libia, y ahora Siria. No con
sospechas probable, no con precauciones razonables, sino con mentiras descaradas. Eran intervenciones supuestamente “humanitarias”, eran para
salvaguardar a los civiles, para erradicar el terrorismo, eran inverosimilmente
“bombas por la paz”. Y esas guerras desatadas por la OTAN en Europa y Medio
Oriente que han matado a millones de personas y han destruído países enteros, ahora echan su temible sombra sobre Nuestra América.
El martes pasado el Presidente Juan Manuel Santos de Colombia
firmó un tratado con ese instrumento de guerra que es la OTAN y con cinismo sin verguenza alguna, proclamaron que
Colombia es ahora “Socio por la Paz” con la OTAN. Es el primer tratado de la OTAN con
un país Latinoamericano. Lo definen como
un tratado de cooperación e intercambio de información clasificada en la lucha
anti-terrorista y anti-narcotráfico. Tengan por seguro que son ellos los que
dictaminarán quiénes son los terroristas y narcotraficantes.
Desde su inicio el 4 de abril del 1949, la OTAN ha tenido un
fin bélico, no es una organización de poseía y cultura, sino abiertamente de
intervención militar, y es la más poderosa que este mundo ha visto, ya que, a pesar
de tener 26 miembros, es en realidad el brazo “multi-nacional” del Pentágono: son
los aliados militares de la unica super-potencia.
El pacto suscrito entre Colombia y la OTAN ha sido
severamente criticado, por países latinoamericanos como Venezuela, Ecuador,
Bolivia, Nicaragua y Brazil, pues atenta contra UNASUR. Está directamente en
conflicto con los fines de la integración Latinoamericana y la defensa del
continente. Es en realidad el resurgimiento, a escala nunca antes soñada, de la
Doctrina Monroe.
Si Colombia forma parte de UNASUR, cómo puede formar parte de
la OTAN? Si va a intercamabiar información clasificada con la OTAN significa
que todo lo que suceda en UNASUR lo sabrá la OTAN. Colombia será la sirvienta
de espionaje de los EEUU y Europa.
Diputados europeos de
izquierda han repudiado este acuerdo denunciándolo como el escándalo que es,
pues se está premiando a un estado en guerra contra su propia población, donde continúan las ejecuciones extra-judiciales,
torturas, desaparecidos, falsos positivos,
donde la protesta se criminaliza y donde hace escasos días de la firma del siniestro tratado, el ejército colombiano
asesinó campesinos en Catatumbo.
Este tratado es una
carta blanca para que el gobierno colombiano siga pisoteando los derecho
humanos de su pueblo.
Sin embargo, la Revolución Bolivariana sigue su paso, sin el
inmortal Hugo Chávez pero con su hijo político Nicolás Maduro, que ante los
ataques a la economía venezolana, la invasión de paramilitares y demás actos de desestabilización, ha mostrado ser realmente un estadista de temple. Y es un
revolucionario porque lleva su marca. La marca del verdadero revolucionario
es el optimismo, es la convicción de que sí vale la pena
luchar por el pueblo, que no nos podemos rendir sino seguir adelante con la verdad
y con la justicia y apoyando el gran projecto de integración Latinoamericana,
que Simón Bolívar propuso y al que Hugo Chávez le formula una infraestructura con UNASUR, CELAC, ALBA,
PETROCARIBE, PETROSUR, MERCOSUR, BANCO DEL SUR, TELESUR, BANCO DEL ALBA Y RADIO
DEL SUR. Hugo Chávez comprendió perfectamente que la integración es la más
imporante protección para Nuestra America ante el imperio preponderante.
Como dijo otro célebre romano, (Vegetius) en el Cuarto Siglo,
“Quien desea la paz, debe prepares para
la guerra.” La paz verdadera, la paz con justicia, require sagacidad y
temple ante el enemigo, pero hoy en día, ante el poderío aplastante de las
fuerzas militares imperiales, la guerra abierta no viene al caso. Hay solamente dos armas
esenciales:
· * la
información libre – y ahí tenemos los héroes modernos Julian Assange y
Edward Snowdon arriesgando sus vidas por defender la verdad ante unos medios
internacionales bastardizados y vendidos; y
· * la unidad e integración de nuestro pueblos, la
solidaridad, el nexo humano – nuestra cultura, nuestra historia, nuestras
lenguas, nuestra espiritualidad- todo lo que nos une para defender todo lo que
es vida, todo lo que es amor, y no callar
ni amedrentar ante las hipocrecías y las
infamias que lanzan para dividirnos tanto el imperio como los traidores.
Ojalá que Juan Manuel Santos no pase tristemente a la
historia como traidor de sus tiempos, tal
como Santander en el Siglo 19. Esperemos que se dé cuenta antes de que sea
demasiado tarde que ha puesto en peligro no solamente al querido pueblo
colombiano, sino a los pueblos de toda Nuestra America. No debe vender su
patrimonio por un plato de lentejas.